domingo, 10 de enero de 2016

Agosto, Septiembre y Octubre...

Agosto... para renovar votos de fe y abrir con confianza nuestra voz al mundo.

Septiembre... de frío y colaboración.

Octubre... de estrellas y bellos atardeceres.


Cuando se abren las puertas hacia los nuevos caminos de nuestra vida surgen emociones inconmensurables. Elegir cada uno de nuestros caminos es también no elegir muchos otros. Muchas veces, no somos nosotros mismos quienes elegimos cuáles caminos serán los nuestros y cuáles, aun siendo nuestro deseo, no nos pertenecen. Sin embargo, es solo nuestra voluntad la que nos permite trazar el sendero dentro del cual serán posibles nuestras alternativas. Y aunque, en un principio parece que es difícil tomar algunas decisiones, cuando se trata de tomar las riendas sobre el rumbo de nuestras vidas, deben saber queridas tortugas que, en contrasentido, mientras más delimitamos una dirección, mágicamente, se desbordan los senderos y lo que era una sola opción nos regala infinitas nuevas alternativas. La generosidad de la vida no conoce límites. Esta es la razón por la cual no debemos tener miedo a enfrentar las grandes decisiones de nuestra vida. Debemos aprender a confiar en el futuro y en su capacidad inagotada de transmutarse exponencialmente a cada uno de nuestros pasos. A lo largo de mi vida, he descubierto que hay muchas personas que viven, a este saber, contraintuitivamente. Es decir, nos aferramos a tener el control sobre el mañana incierto y sorpresivo. Con tal ahínco que el presente se subordina. Para conservar los rincones conocidos de nuestra cotidianidad y sentirnos satisfechos con nuestro acontecer, en el contexto de un imaginario social posible que nos legitima. Porque eso nos fortalece, aparentemente. Sin embargo, es todo lo contrario, no hay debilidad más grande que la que se nutre de olvidar observar todas las puertas que se abren a nuestro paso, una vez que hemos delimitado un rumbo fijo posible y deseable. Quizá no nos gusta cuestionarnos a nosotros mismos ni descubrir que hay cosas que nos faltan y otras que ya no necesitamos. Quizá el temor de perder las certezas limitadas que nos ofrece el mundo humano, aún limitado, que hemos construido, nos impide regalarnos la libertad de acrecentarnos, no sólo en voluntad, con más belleza y alegría... acrecentarnos en certezas... Y es que parecería que tememos más a la incertidumbre que a las certezas. Pero existe un secreto que no nos atrevemos a reconocer... tememos mucho más a las certezas. La incertidumbre justifica nuestras cobardías. La certeza exige de nosotros crecer, comprometernos y preguntarnos a nosotros mismos quiénes somos, qué queremos, por qué lo queremos, cómo cumplir nuestros deseos y cómo construirnos sin necesidad de legitimación social alguna. 


Y tú... ¿alimentas tus certezas o te aferras a la incertidumbre?



Feliz domingo... 
mágicas tortugas.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Un saludo.

Interesante blog, reflexiones bastante vibrantes, aunque tal vez usar la palabra certeza e incertidumbre no sea los más sútil cuando se hace referencia de un área vital. Quizá hay más que certeza e incertidumbre, y el miedo sólo es motivación