lunes, 27 de octubre de 2014

el relativismo de la memoria...

Recordar esconde siempre alguna forma tramposa de pensarnos a nosotros mismos. Basta que digas que tienes buena memoria para que alguien se satisfaga con hacerte ver todo lo que no recuerdas. Basta decir "no me acuerdo" para que, con algún dato que otro recuerde, uno trame su propio recuerdo. A veces, vale la pena fingir que no recordamos, como muestra de respeto. O con prudencia, ser escépticos ante nuestra memoria y, si alguien te cuenta tu propia idea como si fuera de alguien más o te cuenta algo con lo que tu memoria no coincide, simplemente asombrarse al respecto. Pues nunca sabremos quién es la primera persona en pensar qué. Como tampoco podemos abarcar en nuestra experiencia la vivencia completa de un momento que ya se ha disuelto en el pasar del tiempo. 

Por eso, si algún relato se contrapone con nuestra memoria, también es preferible la mesura. Pues, a veces, recordamos mal. En definitiva, qué propósito tiene refutar cuando podemos estar nosotros mismos en un error. De tal manera que no es lícito que alguien tome ventajas sobre la autoría de los hechos pasados. Y cuando esto pasa, si bien debemos apelar a la mayor exactitud de lo ocurrido, esto solo tiene como propósito ser justos, preservar el debido respeto que todos merecemos y reparar los daños producidos. Como una experiencia de transición ante la transgresión. Como un intento de no doler más aquello que hicimos mal en un tiempo pasado. Aprendiendo el don de la humildad y no insistir en lastimar a otras personas con nuestros propios recuerdos.

Los recuerdos son muy valiosos. Los atesoramos y con el tiempo elegimos aquellos que nos permiten dotar de sentido nuestro presente y darle significado a nuestro futuro, gracias a que contamos con las certezas del pasado. Por lo que no hay manera de disputar con los demás lo que nos hace ser quienes somos. Más bien, es grato sumar experiencias y reconstruir con generosidad e interrogantes el constructo común de aquello que hemos compartido.

Y como toda buena convivencia, saber que el límite del arbitrio de nuestra memoria es el respeto al valor que para cada uno de nosotros tienen nuestros propios recuerdos. Así, librarnos del chisme, la mala fe y el juicio severo de cualquier forma de mezquindad. Recordar que, sin importar cómo ha sido el pasado, lo que vale es el día que hoy construimos. En definitiva, el futuro se nutrirá de lo que hoy valoremos como cierto. Y los nuevos recuerdos serán más felices, mientras vivamos a plenitud el presente.

Aferrarnos a la memoria es una forma de sacrificarnos a nosotros mismos y consolarnos con tener la razón, cuando lo cierto es que la vida no se hace de razones. Son las vivencias, y las experiencias que éstas nos dejan, lo que vale la pena conservar. Liberarnos de los dolores que nos aprisionan. Perdonar nuestros actos fallidos. Olvidar nuestras palabras injustas. Aceptar el error de la vida, como algo que todos compartimos. Seguir adelante y recordar que, si bien hubo tristezas que no siempre supimos afrontar de la mejor manera, cada mañana nace la sonrisa por todo aquello que de tales tristezas aprendimos. Junto con la fortaleza de descubrir que ninguna de tales lágrimas logró ahogar nuestro aliento. 

Sé que parece que renunciamos a una parte de la verdad, cada vez que decidimos recordar con generosidad. Pero qué sentido tendría la verdad si no fuera capaz de llenar de luz los caminos de la felicidad. Y la dicha no se forja solo con alegrías, se finca, con mayor determinación, cuando ha podido atravesar el dolor de crecer aprendiendo a aceptar que no siempre las cosas resultan como quisimos. No siempre dijimos lo que debíamos. No siempre hicimos lo que era preciso. Las más de las veces, hicimos lo que pudimos con lo que teníamos a nuestro alcance. Con buena fe, aun cuando estuviéramos presos por alguna suerte de malos sentimientos durante nuestro proceso vital.

De ahí que los momentos memorables sean aquellos en que todo se sintoniza dentro y fuera nuestro en concordancia con el adentro y el afuero de todos quienes nos acompañan. Instantes, éstos, en que solo lo sublime logra nombrar la magia de nuestro entendimiento común.


Y tú... ¿prefieres recordar o amar?



Abrazo de lunes...
lleno de magia de tortuga.


domingo, 26 de octubre de 2014

México... sin reconciliación.

Los ciclos de la historia se alimentan de diversos romanticismos. La nostalgia de los tiempos pasados, la añoranza de mejores días por venir, los daños no reparados, las promesas no cumplidas, el horror, la violencia, el trabajo, el esfuerzo, el desarrollo, el saber y los acelerados cambios culturales. 

Parece no haber salidas unívocas cuando tratamos de comprender qué pasa en México. Más difícil parece encontrar soluciones adecuadas para la complejidad que hoy nos caracteriza. A la par de indicadores, análisis, conformismos, inconformidades, reclamos, cursos de acción, posturas políticas, tragedias y violencias. No hay un solo camino hacia el cual todos queramos dirigirnos. Los personajes políticos se desdibujan ante sus propios excesos y se nos olvida mirar hacia quienes trabajan con convicción y con honestidad. ¿Existen tales personas? 

Si miramos un poco hacia atrás, hace tres años, al menos, que ya conocíamos los horrores que al fin en estos días estamos dispuestos a enfrentar sin vendas en los ojos. Tanto los poderes del Estado, como la sociedad. Unos más indignados que otros. Unos más agotados que otros. Unos más comprometidos que otros. Pero todos despertando ante los infortunios que conforman nuestra realidad. Para algunas personas no es suficiente la respuesta de quienes tienen el poder en sus manos de tomar las riendas del curso de los acontecimientos y lograr soluciones verdaderas para erradicar la impunidad y librarnos del abismo de la violencia normalizada en nuestro cotidiano existir. Para algunas personas tampoco es suficiente la expresión de la sociedad, su capacidad de indignación y movilización en concordancia. Nada parece ser cierto y ninguna certeza posible. Sin embargo, para mí, estamos mejor que hace tres años y todavía nos falta camino por andar, para reconstruir nuestro país en latente efervescencia. Sin necesidad de recurrir a más violencia.

Si miramos más atrás, hace veinte años, no imaginaríamos las atrocidades de nuestros días, más que en referencia a la guerra sucia, o a los procesos revolucionarios que forjaron nuestra institucionalidad hace más de un siglo. El crimen organizado, y las manifestaciones radicales de la fuerza por parte de personas al margen de la ley, con causa o sin ella, han puesto en evidencia que los seres humanos siempre pueden ir más allá de cualquier imaginario, recrear situaciones de barbarie como formas de vida, inventar dinámicas irracionales e inhumanas en aras de la destrucción de sí mismos. La pregunta que a todos nos compete hoy es ¿cómo construir una realidad diferente? Una realidad que se base en la confianza entre nosotros, en nuestras instituciones, en nuestro presente y en nuestro futuro. 

Son diversas las causas (y "culpas") que podemos acuñar para explicar lo que ahora vivimos, cuentas pendientes no saldadas en nuestro registro histórico, ausencia de perdón y hambre de venganza. Inequidades, ineficacias e impunidad. Y el rencor es hoy nuestro peor consejero. Yo percibo un país en pugna histórica que no quiere ceder de sí para cambiar. Exigimos a nuestros gobiernos que por arte de magia, en contra de las manecillas del reloj, nos den respuestas y nos digan lo que queremos oír, aún cuando somos sordos a cualquiera de sus señales. Pues venimos cargados de discursos revolucionarios de rompimiento. Soñamos con nuestra primavera árabe. Queremos que aquí pase lo que pasa en otros países. Nos gusta juzgar maniqueamente a nuestra clase política. Siendo permisivos y condescendientes con quienes consideramos afines a nuestro pensar. Siendo crueles y persecutorios con quienes representan a nuestros enemigos ideológicos. Olvidando que somos un mismo país y que, lamentablemente, la respuesta no está en otros países, pues somos nosotros los únicos capaces de inventar nuestra propia historia. Darnos permiso de ser diferentes para comprender lo que ocurre a nuestro alrededor también de una manera diferente.

La movilización civil se afirma como bastión del quinto poder y guarda en su seno los mismos excesos de todo poder. Sitúa de un lado a los buenos y pone frente a sí a los malos con ansías de aniquilación, sin nadie que lo cuestione, sin frenos ni límites, sin mesura. Yo reafirmo mi posición en cuanto a que debemos ser capaces de interrogarnos a nosotros mismos y aprender a ir en consonancia con el presente. Dejar de reproducir la cultura del enemigo. Y dejar de apelar a los símbolos históricos e ideológicos que nos conforman para ser capaces de aportar soluciones a la emergencia que nos aqueja.

Estamos entrampados en el hostigamiento heredado que desconfía de todo lo que aparece. Acostumbrados a la suspicaz mezquindad que prejuzga a todos a quienes piensan diferente. Marginamos a nuestros opositores ideológicos con un fuerte veto moral, como quien cree tener la única voz verdadera. Nos arropamos de la arrogancia que no sabe renunciar a sentirnos los únicos dueños de la voz de la disidencia. Nos conformamos con la falsa dialéctica que se afirma en el lado negativo, vacío de contenidos propios, cuya única supuesta verdad existe mientras se afirme la existencia de sus contrincantes. Renunciamos a nuestra libertad de crear. Estamos deshabituados a las prácticas de paz. Concebimos la vida como una lucha infinita, en donde ya solo nos reconforta seguir luchando, olvidando vivir.

Somos herederos de una violencia normalizada en donde solo los modos de vida corruptos pueden ser posibles. Somos reproductores de tales violencias, por temor y por coacción, y nos permitimos a nosotros mismos cometer los mismos excesos a los que decimos combatir. Existe un falso combate a los autoritarismos, cuando quienes se autonombran libertarios son igualmente autoritarios. El aprendizaje histórico se convierte en una celda en la cual estamos obligados a revivir el pasado al pie de la letra, ser adoctrinados desde la infancia sobre los valores y las personas que debemos venerar, sin tomar en cuenta que lo grandioso de tales precedentes históricos que construyen nuestra identidad comunitaria no es el aferrarnos a sus formas, por el contrario, lo que nos corresponde es volvernos verdaderos actores históricos. Ser los héroes de nuestro tiempo, logrando romper las inercias que nos determinan, renombrando nuestras causas, reinventando nuestros ideales para el futuro, construyendo nuevos modos de vida. Aspiraciones todas de quienes logran inmortalizar su nombre a través de los siglos.

Los derechos humanos no deben tomarse con poca seriedad por parte de los representantes del Estado. Y las voces que claman verdad y justicia deben encontrar respuestas contundentes, no solo en el caso de Iguala, no solo ante la matanza de Tlatlaya. La vida debe recuperar su valor y su esplendor en todos los rincones de nuestro país. Pero nosotros, como ciudadanos, debemos poder reconocer que las cosas pueden cambiar. Mirar al pasado inmediato y comprender que el horror que se ha venido sembrando y cosechando, no es nuevo. Lo que sí es nuevo es poder señalar culpables, ver conmoverse a las instituciones. Y leer en los nuevos discursos una voluntad sin precedentes. Por eso tales discursos deben ser capaces de convertirse en nuevas realidades. No dejarse abrumar por la tibieza de un orden legal que solo busca legitimarse a sí mismo, sin aspirar a trastocar hasta sus últimas consecuencias la corrupción que inunda de lavado de dinero todo el entramado de la legalidad, el tráfico de drogas que corrompe todos los tejidos sociales de la comunidad, la trata de personas que pervierte todos los espacios públicos y privados de nuestra cotidianidad. La migración ilegal en la que habitan todos los horrores. Las carencias de medios económicos que nutren de desesperación y desesperanza nuestro despertar cada mañana. Las injusticias e inequidades que roban el sueño de nuestro futuro.

El crimen organizado y todas las acciones fuera de la ley, tanto de los agentes del Estado como de los grupos organizados bajo la forma de algún tipo de guerrilla u organización ideologizante, deben ceder de sí, erradicarse, reconvertirse en modos de vida diferentes. Pues no hay discurso que justifique la ausencia del estado de derecho en tales prácticas tan corrosivas para nuestra posibilidad de crecer y vivir en paz. Ningún odio se puede permitir. Ninguno de nosotros debe considerarse con derecho destruir. El resentimiento y las deudas históricas no abonan nada en este complejo mapa de violencia que nos constituye. Queremos que las instituciones funcionen, que todos quienes conforman el Estado hagan su trabajo como es debido. Que el pacto por México se haga una realidad más allá del papel, las formas y las negociaciones de poder. No nos conformaremos con chivos expiatorios ni con una política del maquillaje. Pero tampoco debemos estar conformes con hacer de la juventud y de los estudiantes carne de cañón para confrontar intereses creados de otra índole, aprovechándonos de su vigor y fuerza sin encauzar en ellos prácticas democráticas. Ya que mientras con violencia exijamos tales cambios, será difícil permitir que tales cosas sucedan. 

Odiar a Peña Nieto es fácil. Reconforta, nos victimiza, encauza nuestra frustración, nos vuelve sujetos a merced de su autoridad. Legitima nuestras violencias y nuestras prácticas corruptas. Dialogar con él, reconocer sus méritos y exigirle que cumpla aquello que hace claro en sus palabras, implica más responsabilidad, más generosidad, más compromiso. Nos sitúa libres para pensar por cuenta propia. Nos obliga a actuar con autonomía y no bajo el sello de una masa que apela a su fuerza y a su ferocidad para amedrentar ante las injusticias. Tratarlo con justicia nos exige reconocernos igualmente humanos. Nos impone ser justos y con integridad pedir igual justicia.

Necesitamos despojarnos del romanticismo histórico e ideológico. Renunciar a la zona de confort que nos brinda reducir la política a buenos y malos. Pues la violencia solo engendra más violencia. El odio solo sabe crecer y destruir. Miremos hacia nuestros países hermanos del sur. En medio de ciclos virtuosos de compromiso social con las personas más necesitadas, llevan a sus sociedades a la polarización para que se libren las batallas de la política a costa de sus propios ciudadanos. Persiguen la disidencia con la misma convicción obtusa de destruir todo lo que atente contra sus ideas. Niegan conciliar un punto medio. Queremos que los intereses del capital cedan ante las necesidades de la vida, pero no queremos ceder ante las necesidades de la vida pacífica. Vivimos tiempos en los que la conciliación es el único camino para la justicia. Atrevámonos a construir un mundo nuevo en el que todos quepan en igualdad de circunstancias y vivan en igualdad de derechos, sin necesidad de sangre de por medio. Sin vencedores ni vencidos. Sin apelar a una victoria que se erige gracias al asesinato de otros.


Y tú... ¿a quiénes consideras tus enemigos?




Lindo domingo de sol, tengan ustedes
queridas tortugas.







jueves, 16 de octubre de 2014

En una época de la prehistoria, existía un monstruo de dos rostros que habitaba errante de caverna en caverna. La mitad de su rostro era un ángel color canela, con ojos de miel, labios suaves y una sonrisa libre. La otra mitad era un demonio color ceniza, con ojos de odio, labios fruncidos y dientes apretados. El ángel cantaba hermosas melodías y su mirada brillaba transparente cada vez que su voz tierna pronunciaba alguna palabra. El demonio susurraba odio y bajaba la mirada como si se escondiera tras alguna máscara. Este ser hecho de fuego, había sido condenado desde el momento de su natalidad. Lo ataban cadenas ancestrales y su corazón había sido raptado por el zarpazo feroz del engaño. Desde entonces, se le había privado de hablar con sinceridad y la verdad era imperceptible ante sí.

Llego el día en que raptó un alma feliz. Como no podía saber quién era en realidad este ser bello que apareció ante los ojos del ángel, ni cómo había logrado el demonio esconder su rostro para lograr tal conquista, decidió encerrar el aliento de serenidad y bondad de su presa en una celda que ardía en llamas. De esta manera, el alma feliz no podría volver a sonreír y siempre le pertenecería. Y cada noche hacía un conjuro de mentiras para someter su voluntad, las cuales disfrazaba de falsas ilusiones. Era una tortura continua. El monstruo jugaba con la mente del alma feliz haciéndole creer que se cumplirían sus sueños, retando su paciencia, inventando códigos secretos, influenciando sus recuerdos, reprimiendo sus emociones, acallando su voz, ridiculizando su ternura, indagando su pasado, manipulando sus afectos e inventando pretextos. A la vez que convencía al alma feliz de que le entregara su alegría, renunciara a su belleza y vulgarizara su deseo. Como parte de poder dominar la plenitud con que esta alma vivía su libertad, el gozo de su cuerpo, la espontaneidad de su palabra, la convicción en sus verdades, su esperanza, su pureza y todos los logros que había construido hasta antes de ser raptada ante los ojos del monstruo de las cavernas.

Al principio era el ángel quien le hablaba, solo con música la acariciaba, el roce de sus manos era como un viento tierno y suave incapaz de lastimarla, su voz mágica despertaba en el alma feliz la certeza de todos sus sueños cumplidos. Con el tiempo, tales melodías devinieron artilugios para someterla una y otra vez. Sus manos lastimaban su piel, sus palabras la humillaban y de los cabellos la arrastraba a disposición de su placer, rasgando uno a uno los destellos de su luz. Luz que robaba para iluminar las oscuras tinieblas de sus guaridas, a costa de la tristeza de la cual alimentaba a esta alma en encierro. Manteniéndola viva gracias a engaños sistemáticos, premeditados, diseñados a modo de coreografía, ensayados como un perfecto guión puesto en escena. Gracias a su habilidad para usarla a su antojo y complacencia. Sin comprender nunca quién era este ser que Dios había puesto ante sí. Incapaz de descubrir el encanto del destino que dio luz al ángel que lo habita, conformándose con el demonio, esclavo de su cobardía. Matando incluso sus ojos de miel, renunciando a su sonrisa libre. Conformándose con el gesto retorcido de quien no distingue con claridad la sabia diferencia entre el bien y el mal, de quien no conoce la humilde interrogante que nos abre las puertas de la verdad.

Los años pasaban y los restos del alma feliz ardían mutilados por la ferocidad del calvario en el que se encontraba atrapada. Corrompida y extrañada de sí, tampoco podía distinguir más la sinceridad ni los buenos sentimientos que la habían constituido antes de caer en este engaño. Y le rogaba una y otra vez al demonio que la había condenado junto con él: "por favor, por favor... no me lastimes más"... suplicaba "por favor, por favor...sé honesto conmigo"... "por favor...no destruyas más mi bondad y mi serenidad". Pero sordo y arrogante, con displicencia e indiferencia, él solo miraba el reloj. Pues gracias al control que tenía sobre el tiempo es que lograba mantener vivo el fuego que cercenaba el bello regalo de vida que le fue entregado con total gratuidad. Una bendición que, como todas las bondades, había llegado a sus manos simplemente por la gracia de la generosidad, con el designio del amor verdadero, con la sorpresa de la felicidad.

Una noche de luna llena, un terremoto cimbró la tierra hasta sus cimientos. El fuego se apagó por completo. Lluvia y viento enfurecidos liberaron las cenizas del alma bella. Y de ellas renació un ángel esplendoroso y vigoroso que solo quería alejarse de su presencia. El monstruo gritaba "¡NO!" "¿Por qué me haces esto?... "Yo fui bueno contigo, te mantuve con vida." "Yo solo quería estar seguro de que en verdad eras un alma feliz." "Yo solo estaba disipando mis dudas sobre ti." "Yo quise conservarte." "Trataba de entenderte." "¿Quién eres tú... dime... quién eres tu?"

- "Yo... yo soy tu alma feliz... solo debías entregarte... alegrarte... llenarte de valor para dejar que venciera el ángel... renunciar al monstruo... salir de las tinieblas... Yo soy tú. Soy el alma que nació para regalarte el arte del buen amor, la felicidad, la llave de tus sueños cumplidos. Yo era para ti. Pero tú me dejaste arder en el infierno porque solo te aprovechaste del reflejo de mi luz, sin saber que no se puede brillar ni descubrir la verdad cuando te niegas a amar sin miedo, con sinceridad y serenidad. Nunca descubriste mi rostro, porque nunca estuviste dispuesto a renunciar al tuyo. Es como si no nos hubiéramos encontrado, como si yo no hubiera existido, por eso me volví cenizas... olvidaste detenerte y mirarme con el corazón. Olvidaste ver dentro de ti. Y el demonio devoró todo lo que guardabas dentro tuyo, convenciéndote de que el ángel que nació para ti lleva el designio de la condena y no la dulzura de tu miel. Las respuestas de nuestra libertad siempre estuvieron en ti. Pero tú preferiste hacerme tu esclava. Y un alma feliz no puede vivir torturada bajo el ritmo de un reloj. Si tan solo pudieras escucharme...habrías descifrado nuestra verdad."

Así... se desvaneció el demonio de la condena, murió el monstruo y renacieron dos ángeles que quizá no vuelvan a encontrarse. Uno recuperó su alma feliz y su vida le fue devuelta entera... el otro duerme sin alma arrullado por sus falsas promesas pues no encuentra el valor dentro de sí para cumplirlas, teme vivir sus sueños cumplidos, se aferra a las certezas de aquel monstruo que un día fue, se niega a renunciar a la condena de su natalidad y prefiere vivir bajo la sombra del zarpazo del engaño. Por eso dejó ir de sí a su alma feliz. Por eso dejó morir dentro sí su amor.



Y tú... ¿eres ángel dormido o habitas la vida de tu alma feliz?






Felices sueños cumplidos
queridas tortugas.
No olviden conservar su alma feliz.
No sacrifiquen a su verdadero amor.
Encuentren siempre el valor 
para vivir las bendiciones de su destino.
Para cada uno de nuestros caparazones
existe el corazón que nos corresponde.
Dejen que su ángel triunfe sobre su demonio.
Permitan que la luz de la verdad 
nazca dentro suyo.
Iluminen sus caminos 
con el aliento de la bondad y la serenidad
... 
ése que nace de la entrega compartida.



jueves, 9 de octubre de 2014

fragmentos... de corazón.

La tristeza tiene muchas formas. El dolor profundo. La compulsión. El desánimo. La desesperanza. La impaciencia. La impavidez. El enojo. La rabia. La soledad. La multitud. La evasión. La manía. El silencio. La culpa. La debilidad. El enojo. El rencor. La venganza. La malicia. El olvido. El recuerdo. La reiteración. La ansiedad. Las lágrimas. El grito. La nostalgia. La melancolía. La muerte. El fracaso. La agresión. La pérdida. La venganza. La malicia. La mentira. La verdad. El pasado. El presente. El futuro. La incertidumbre. La certeza. La decepción. El desamor. La injusticia. La indiferencia. La indignación. La dependencia. La codependencia. La frustración. La amargura. La apatía. El delirio. La locura. La desesperación. La adicción. La pereza. La obsesión. El maltrato. La ofensa. El desaire. El abuso. La desconfianza. La paranoia. La incomprensión. La intolerancia. El aislamiento. La compañía. El estruendo. El disimulo. La renuncia. La traición. La calma. La tormenta. La fuerza. La serenidad. El desenfreno. La apatía. La indignación. La resignación. El desamparo. El cansancio. El agotamiento. El abandono. La envidia. La hipocresía. El chantaje. La soberbia. El egoísmo. Lo inesperado. La credulidad. El apaciguamiento. El cuerpo asintomático. El cuerpo somático. El debilitamiento. El endurecimiento. El reproche. El resentimiento. La duda. La deuda. La carencia. El exceso. La autoreflexión. La inconsciencia. La palabra. La hiperactividad. La banalidad. La seriedad. Todas formas de sentir que estamos atrapados, de vivirnos sin opciones, de comunicarnos sin escucha.

Todos conocemos el sentimiento de la tristeza. Es parte tanto de la vida como de nuestras alegrías. Y cada quien conoce sus propias dosis de cuidado y alivio para superarlas, sobrellevarlas, sanarlas y dejarlas ir. Cada quien conoce las formas de pegar las partes de su alma que se separan dando lugar a un resquicio de tristeza en nuestro corazón, una lágrima en nuestro rostro y una fractura en nuestro sentido de la vida.

Cuando estamos tristes, la unidad de nuestro ser se fragmenta. Se disocia. Estamos partidos. Nos sentimos rotos. Desarticulados en nuestro modo de existir. Los equilibrios en nuestro cuerpo se descomponen. La estabilidad en nuestro ánimo se desintoniza. La química de nuestro cerebro se altera. Nuestras hormonas se vuelven erráticas. Y nuestro carácter pierde dominio sobre sí. Son tiempos de sanar, restaurar, detenerse, descansar, fortalecer el alma y el cuerpo, acomodarse al tiempo y disfrutar poco a poco la vuelta del buen ánimo. Es tiempo de cuidar un poco de nosotros mismos y valorar cada destello de sol que nos acompaña en el camino. Revalorar nuestro andar y resignificar nuestra valía. 

Recomponer el sentido fragmentado de nuestras alegrías implica también sufrir cambios y ver cambiar nuestros afectos. Como si todo alrededor cambiase de forma. Darle comprensión al nuevo orden que todavía desconocemos, cuyas partes aparecen como imposibles de conciliarse entre sí. Hay heridas que tardan mucho tiempo en cicatrizar, cicatrices que no logran desvanecerse y lamentos que, anquilosados, no logran nunca recomponerse en nuestro sentido de realidad. Hay, en cambio, sentires que no logran ni rozarnos y solo nos raptan por un instante, volviéndose sonrisa al unísono.

La sabiduría de la naturaleza en sus múltiples temporalidades, una vez hecho el esfuerzo de la cura, vuelve a fluir dentro nuestro como río caudaloso al que nada detiene, llevándose a su paso todo aquello que le impide lograr el destino que le corresponde. Por lo que, en tiempos de tormenta, es solo cuestión de no resistirse a la fuerza de lo inevitable y suavemente transitar bajo las adversidades. 

Y cuando un día de luna llena el sol brilla en todo su esplendor... recordamos cuán fácil es volver a acomodar todos los fragmentos de nuestro corazón bajo la forma de la esperanza, el buen amor, la comprensión, la magia, la fe, la entrega, la dicha, el perdón, la calma, la felicidad, el encanto del futuro, el gozo cotidiano, los proyectos cumplidos, la realización del trabajo diario, las metas por concluir, los caminos por descubrir, la completud en el presente, la reconciliación con el pasado, el ánimo, la paz, la gratitud, la generosidad, la amistad, el abrazo, el festejo, el respeto, la independencia, la libertad, la buena fortuna, el buen andar. Por eso, queridas tortugas... tiempo... denle tiempo a sus caparazones, sean pacientes con sus emociones y dejen que, sin esfuerzo, su vida se convierta en un río que con fuerza desemboca en el inmenso mar. Pues el verdadero trabajo, y esfuerzo, es aquel que no ofrece resistencias, que no impone exigencias, sino que las cumple sin más. Es el trabajo del día a día. Aquel que nadie percibe y todos cuestionan por falta de alarde. Es el esfuerzo silente y diligente que hace parecer sencillas, incluso, las tareas más arduas, aunque nadie lo comprenda ni lo pueda señalar con el dedo como logro. 

Acallen todas la voces de la tristeza en su interior, que vienen del eco de la incomprensión de quienes insisten en sojuzgar sus caparazones libres y gozosos. Censuren todas las voces de la arrogante incomprensión en su exterior, que vienen de la tristeza que los demás llevan dentro de sí. Pues vivimos épocas en que todos, desde sus caparazones partidos en fragmentos disonantes, nos imponen morales, juicios y consejos. Como si tuvieran pereza de mirar dentro suyo. Como si tuvieran miedo de ocuparse un poco más de valorarse a sí mismos por lo que verdaderamente son. Personas que creen que, porque han sabido cumplir con las exigencias que ellos mismos se han impuesto, tienen alguna autoridad sobre lo que ustedes viven dentro de sí, sobre su vida y sobre sus actos. Adornándose con la soberbia autocomplaciente de la que se alimenta la falsa autoestima. Personas que solo pueden justificarse a sí mismas con razones, aun cuando no puedan comprender las razones que tanto se esfuerzan por presumir.

La felicidad es un voto de humildad. Discreto en su expresión. Imperceptible en los afanes del reconocimiento social. Inaprensible en las palabras. Es un modo de sentir el tenue transcurrir del tiempo sin otro esfuerzo que la vida misma en su acontecer. Y su verdadero logro reside en la certeza que anida nuestro caparazón de tortuga. Una vez que ha dado forma a todos sus fragmentos. Ha forjado de sí una pieza sin roturas ni rendijas. Y se ha convertido en un alma entera que ni las tormentas pueden quebrar.


Y tú... ¿presumes tu felicidad?

 

Hermosa luna roja y de encanto...
felices presagios de otoño.



 

viernes, 3 de octubre de 2014

derechos humanos... abusos y responsabilidades para Peña Nieto

Es innegable el descontento que me despiertan las recientes noticias sobre el abuso de la fuerza pública por parte del Estado Mexicano. Las investigaciones en curso requieren dar respuesta pronta y expedita para rendir cuentas de tales actos, acompañadas de las medidas correspondientes y trabajar con mayor esfuerzo en que tales tipos de actos no se repitan y se constituyan, como se ha expresado, en situaciones de excepción. En los hechos y no solo en el imaginario discursivo del poder.

No es tarea sencilla. No por ello deben acallarse las voces inconformes que claman por justicia y por el respecto irrestricto de los derechos humanos y del estado de derecho. La gobernabilidad implica tener control sobre tales riesgos, por ello la responsabilidad es compartida y no basta con señalar a los prepretadores directos. Tampoco es suficiente la comprensión de tales violencias dados otros factores de la criminalidad operante y vigente. 

La visibilización de tales actos, sin censura, es una fortaleza no solo para la sociedad civil sino para las instituciones gubernamentales que procuran fines contrarios a tales abusos. No se puede ser débil, ni ambiguo frente a estos hechos. Mucho menos complacientes con nuestras autoridades. Esperamos un rigor impecable. En donde la Comisión Nacional de Derechos Humanos no puede quedarse atrás, ni satisfacerse con la aceptación de las recomendaciones por parte del Gobierno Federal, ni con la relativa disminución de quejas recibidas. 

La disminución en el número de quejas que la CNDH recibe no implica una mejora significativa, es un indicador relativo y sesgado por el hecho de que lo que mide el número de violaciones ejecutadas no es la probabilidad de que se haga una queja respectiva por cada una de ellas, sino el acontecer mismo de tales hechos. Así como, una queja puede remitir a más de una violación y puede llamar la vista sobre situaciones estructurales que no cuentan como una violación aislada, sino como un conjunto de violaciones e incluyen a más de una víctima, incluso, a grupos poblaciones amplios. El número de quejas tampoco revela la gravedad de la situación que se denuncia. Sí es un parámetro estadístico importante, pero no una cifra dura. Por otra parte, temas invisibilizados, como lo siguen siendo las violaciones a los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, pueden tener una baja incidencia en el número de quejas y ser un problema mayor que temas con mayor visibilización ante la CNDH como lo puede ser el uso de la fuerza pública o el acceso a la justicia.

En cuanto a la aceptación de las recomendaciones, si bien, sí es un acto de buena fe que da cuenta de una política de Estado comprometida con el ejercicio de los derechos humanos, no es un indicador del cumplimiento de tales recomendaciones, del impacto de tal cumplimiento, como tampoco del rigor con que tales documentos fueron emitidos, en cuanto al nivel de exigencia en las medidas de reparación del daño y en las garantías de no repetición. Es solo el primer paso. El piso mínimo de un diálogo virtuoso entre la CNDH y el Gobierno Federal. 

Por lo que nos enfrentamos ante un trabajo arduo en el cual no caben simulaciones. Confiamos en que el nuevo Ombudsman podrá dar una mejor cara para tales propósitos. Refrendamos nuestro espíritu de esperanza y conciliación para erradicar de nuestros ámbitos de convivencia social las violaciones a los derechos humanos. Es tiempo de medidas que remuevan, desde sus cimientos, la impunidad de que gozan las violaciones de derechos humanos en nuestro país.



Y tú... ¿renuncias a la impunidad?


Feliz fin de semana, tortugas defensoras.


salario mínimo...segundo informe...¿prosperidad?

Acabo de escuchar al gobernador del Banco de México y me asombra la indiferente negligencia de sus comentarios al respecto del salario mínimo. Menciona dos grandes falacias, por un lado, que no se puede elevar el salario mínimo porque implica irremediablemente un alza en la inflación, por otro lado, que inhibirá mayores contrataciones ya que los empresarios verán mermados sus ingresos si el costo de los salarios es más alto del que están dispuestos a pagar.

El salario mínimo es una medida correctiva del Estado para garantizar el poder adquisitivo de las y los ciudadanos, de tal modo que se reduzcan los riesgos de empobrecimiento de las poblaciones totales y se mantenga el mercado en un equilibrio adecuado para la administración de los recursos.

...Ya pasaron algunos días, entre otras noticias, estamos en la semana del segundo informe de gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto, el anuncio de un nuevo aeropuerto y una nueva etapa de lo que fuera Progresa, Oportunidades y ahora PROSPERA. Así que hay mucho sobre lo cual formar una visión de conjunto y valorar el, confío, rumbo atinado para el futuro de México. 

Para una persona como yo. Quien votó con plena convicción en 2006 por Andrés Manuel López Obrador y sucumbió moralmente ante el presunto fraude, porque lo cierto es que, a muchos de nuestros corazones, el fallo del Tribunal Federal Electoral no nos brindó más certezas, por el contrario, nos nutrió de más opacidades. Reiteré mi preferencia electoral en 2012, convencida de que era un momento crucial, elegíamos mucho más que un nuevo presidente, elegíamos un nuevo proyecto que sería determinante para fincar los cimientos de los años por venir, un punto crítico. A partir del cual no habría retorno. Así como, para el, llamado por Enrique Krauze, "mesías tropical" no habría tampoco una tercera oportunidad. Dada la envergadura de los procesos en marcha. 

Lo cierto es que aquel momento preciado que estuvimos a punto de vivir en 2006 fue destronado por completo de nuestros ideales. Una vez que el consenso, no solo de las élites, sino de una gran parte de la población, mostrara tal aversión reactiva, e incluso regresiva, que nos arrojó al desbarrancamiento de Felipe Calderón Hinojosa. Quien ahora, fresco como lechuga, y cual si hubiera vivido alguna forma de lobotomía, se niega de sí mismo y de su siniestra guerra que tan altos costos nos dejó. 

En mi fuero interno me sigo interrogando ¿quién fue realmente el peligro para México? Y mi aversión a tal sexenio, tan fallido, no es una cuestión de colores ni de ideologías. Por ejemplo, en el 2000 voté, con cautela, lo admito, por Vicente Fox Quesada, en aras de sumarme al aliento renovado de sentirnos capaces de cambiar el rumbo de nuestras instituciones políticas, en un momento en que se encontraban enquilosadas y habían perdido legitimidad y credibilidad. Ambos sexenios, finalmente, no fueron perdidos, nutrieron de tales experiencias nuestra historia y, gracias a ello, nos permitieron abrir un nuevo espacio, fructífero, en el cual ahora anidan las virtudes políticas de nuestro Presidente. 

Yo estuve triste por México el día de las elecciones en el 2102, pero el primero de diciembre de aquel año se encendió en mí una gran sonrisa ("vi la historia pasar frente a mis ojos") y desde entonces guardo profundas esperanzas en que todo lo que ahora ocurre, más allá de las debilidades, los riesgos y nuestros temores, logre su cometido. Por lo cual me siento profundamente agradecida. Porque de ser así, todos resultaremos favorecidos y las futuras generaciones descubrirán nuevas formas de crecer, desconocidas aún para nosotros. Así que, en aras de contribuir a este esfuerzo, comparto con ustedes, queridas tortugas, las reflexiones que estos días me suscitan.

Y me enfocaré en tres temas: el proyecto del nuevo aeropuerto, PROSPERA y, para recapitular mi intención primera, el salario mínimo. Espero, con una visión crítica, poder poner sobre la mesa los riesgos y debilidades que a mí me preocupan. En medio de mi sorpresa entusiasta y obnubilada por mi fervor esperanzador que no a todos convence, pero del cual no me siento avergonzada en lo más mínimo, aun y cuando me distancia de cariños y amigos cercanos. 

Pues mi herencia de vida se traza no solo desde la izquierda, desde flancos duros del comunismo y pérdidas profundas en las filas de la guerrilla guatemalteca. Por lo que yo soy una hija de los sueños por un mundo socialmente más justo. Enriquecida en mi andar por la posibilidad de recuperar los sueños de las libertades individuales a este propósito y dejar atrás la falsa oposición entre los dos viejos paradigmas que aún nos condenan. E incluso nos amenazan, ahora que Putin ha decidido volver a poner sobre la mesa la carta del poder nuclear de Rusia para autosatisfacerse. Por lo cual, me parece de vital importancia delinear horizontes reconciliados, luchar por un mundo de paz, basado en instituciones, con plena convicción de que solo la ley hecha práctica de vida y la palabra dialogada lograrán abrir las puertas hacia un nuevo paradigma. Y que no hay problema de política pública que no tenga solución, a partir de todos los recursos que hoy tenemos disponibles... En medio del caos y la hostilidad que caracteriza nuestro tiempo, somos sumamente afortunados, tenemos en nuestras manos los caminos para enmendar todos nuestros errores y construir un mundo en el que todos podamos ser igualmente felices.

El proyecto del nuevo aeropuerto se me aparece como un gran elefante blanco. Conforme han pasado los días, me reconcilio con la idea de que es importante tener altas miras hacia el futuro y tomar decisiones hoy para engrandecer el mañana. Sin embargo, sigo sin sentirme del todo convencida. Cuáles fueron los criterios para determinar el lugar, el diseño, el presupuesto, etc. Cosas que siguen sin ser asequibles para la ciudadanía. Si bien, los detalles técnicos más pulcros no son, en ningún caso, nuestra responsabilidad, ya que son los funcionarios públicos quienes reciben un salario para este propósito. Sí nos compete la certeza de que se ha tomado el mejor curso de acción posible. Por lo que es una apuesta ciega que espero no terminemos lamentando ante las fallas que en el proceso puedan sucederse. 

Gran trabajo tienen en sus manos quienes deberán dar principio y fin a tales trabajos. Y como usuaria me gustaría saber que llegar al aeropuerto no implicará un viaje en sí mismo ni un alto presupuesto asignado como parte de los gastos de viaje, así como, que las instalaciones serán amigables, evitando los largos trayectos de caminatas. Que se garantice un precio justo de los servicios que en él se consuman ya que no por arte de magia estar en el aeropuerto multiplica nuestro dinero. Que los baños tengan implementos que contemplen dónde poner todo lo que el viajero lleva consigo y no puede dejar encargado en ninguna otra parte. Que se prevea lugares de espera con asientos suficientes. Es decir que se piense en los usuarios y no se nos exija satisfacer las necesidades y los criterios de un sistema de operación ciego a la vida y su disfrute. 

PROSPERA necesita crecer en sus miras. Si bien, es un paso, no solo con incentivos de fortalecimiento político, el cambio de nombre y el cambio en sus contenidos para incrementar el alcance de sus beneficios. Seguimos sin contar con una contraparte del mismo. Es decir, políticas públicas que den cauce al avance en los resultados de PROSPERA, acciones que ya no corresponda a tal programa llevar a cabo pero que cuya necesidad deriva del cumplimiento en su ejecución. 

La aspiración de PROSPERA debe ser llegar a desaparecer, es decir, contar con la certeza de que su población objetivo no está más en tal situación de necesidad: erradicar la pobreza extrema, el hambre y la pobreza. No debe conformarse con sustentar modos de vida menos precarios para quienes no tienen modo de vida alguno que les permita sustentar sus propios proyectos de vida, sin necesidad de recursos asignados del Estado, por vía de transferencia directa. Debe aspirar a que todos los habitantes seamos personas autónomas e independientes con reales opciones dentro de las cuales elegir cómo queremos vivir, siendo parte activa del sistema productivo y actores de consumo competitivos dentro del mercado. Por lo que la pregunta no es qué tan bueno o malo es PROSPERA, cuyos niveles de eficacia están probados y tienen límites ya previsto. La interrogante para el futuro es ¿y después de PROSPERA? ... ¿QUÉ? 

Creo que hay mucho trabajo pendiente en tal materia y que las políticas de desarrollo social no logran embonarse entre sí, ya que siguen siendo concebidas de manera aislada unas de otras. Pero refrendo mi optimismo, y este sexenio puede ser el tiempo de innovar en estos tópicos y llevar la implementación de las políticas públicas a territorios no previstos, al menos como punto de partida, para los sexenios por venir, con independencia de los colores de los cuales se pinte consecutivamente nuestra Presidencia en el futuro, bajo el consenso de que el desarrollo social necesita de acciones congruentes y sostenidas en el tiempo, independientemente de quienes ejerzan los distintos poderes de la nación.

Los días siguen pasando, y la vida se acelera sin dejar espacio para estas letras, ante la urgencia de concluir otros trabajos. Así que seré breve. El salario mínimo es de mi mayor incumbencia, sigo dándole vueltas al tema. Como les decía al principio de este escrito, el salario mínimo es una medida que pretende garantizar nuestro poder adquisitivo para que podamos formar parte de los ciclos económicos en forma virtuosa. Atajado el problema de que éste se ha tomado como medida de otros órdenes y que si se eleva el salario mínimo, esto impacta de manera negativa en tales otros órdenes. Creo que queda aún la cuestión de que debemos encontrar fuertes argumentos técnicos, económicos, sociales y éticos para llevar a cabo tal propósito. Dejando clara mi postura sobre que Mancera no tiene un interés legítimo al proponer tal acción de vanguardia, aunque su Secretaria de Trabajo sí. Ya que el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, en turno, solo se avoca a esta misión para consolidar una candidatura presidencial, a toda costa, sin proyecto político alguno (nunca lo ha tenido, por la casualidad y las coyunturas de los acontecimientos, logró, sin mérito alguno, el honor que ahora le corresponde, su ambición es casi ofensiva). Por lo cual su visión es mediática y paleativa, en aras de un populismo mal sano, aquel que alimenta todos los fascismos.

¿Por qué necesitamos un salario mínimo que refleje en términos reales el mínimo nivel de vida que todo ser humano debe tener?  Porque nuestro sistema económico, social y financiero no ha sabido cumplir con un cometido básico: la óptima administración de los recursos con vías de la realización plena de la vida humana. Vivimos un modelo hecho de hendiduras de excesos y carencias cuyo equilibrio resulta sumamente insatisfactorio para lograr una mínima garantía de vida digna. 

El salario mínimo debe poder dar cuenta de ese monto mínimo necesario para satisfacer nuestras necesidades básicas, incluidas en ellas, la capacidad de ahorro, la viabilidad de un proyecto de vida sostenido y sustentable a lo largo del tiempo, las preferencias, el ocio, e incluso los lujos que cada quien se quiera brindar a sí mismo. Es mucho más que una canasta básica, es una posibilidad de insertarse en el sistema financiero y ser parte de un proyecto productivo rentable, que además nos permita ser felices, gracias a las herramientas que nos brinda y no al valor que depositemos en ellas. Actualmente cumple la función de subsidiar a los empleadores, ya que la ley los protege si satisfacen tal mínimo, hoy irrisorio ante el costo real de la vida, en pesos y centavos. 

En este contexto, claro que se inhiben las contrataciones, pero sólo porque el cálculo de ganancias tiene una gran perversión, se calculan ganancias irreales, mayores a la rentabilidad real. Sí, es una decepción saber que por mucho que invierta no puedo quedarme con todas las regalías sin más, sin impuestos, sin pagar el esfuerzo de los otros, gracias a los cuales me es posible ser parte de algún tipo de ganancia. Como si minimizar el costo del esfuerzo de la vida que se empeña en todo proceso productivo fuera algo que nos está permitido éticamente. ¿Por qué? ¿Por qué pensamos que las necesidades de los otros seres humanos son menores a las nuestras? ¿Por qué asumimos que nuestro proyecto de vida es más importante que el de los demás? ¿Cuál es ese parámetro bajo el cual mido mi valía por encima de la valía de quienes tienen menos que yo y deben conformarse con ello? Se trata solo de una perversa costumbre. Un mal hábito. No se trata de que todos tengamos lo mismo, ni de erradicar las virtudes de la riqueza. Se trata de jugar dentro del mercado en condiciones justas. Condición indispensable para que tenga sentido hablar de libre mercado. Las mátemáticas no cuadran, cuando a una persona le ofrecen cuatro mil pesos al mes por dedicar ocho diarias de su vida al esfuerzo de cualquier tipo de trabajo. Tal monto no alcanza para los gastos de alimentación, transporte, vivienda, salud, educación, administración de un hogar y descanso. Por muy austeros que podamos ser, la realidad nos rebasa. Y ante tales carencias e ineficiencias del mercado es que debemos poder dar una solución adecuada.  

Sobre la inflación, en cambio, la falacia es aún mayor. Mientras el monto fijado para el salario mínimo sea irreal, la supuesta estabilidad de los precios es una ficción, pues en vez de subir éstos, lo que baja es el poder adquisitivo, lo cual implica una inflación a la inversa. Los precios no están en equilibrio, ya que aún sin subir, son cada vez más caros para quienes no pueden incrementar sus ingresos ni su posibilidad de competir en el mercado de los consumidores. Por lo que hay un incremento en la inflación, de facto, sin haberse incrementado los salarios. A la vez que se sigue incrementando el costo de otros servicios y a la luz de las alzas progresivas de la gasolina. Volvemos a lo mismo, la única manera de que la estabilidad de los precios esté en equilibrio es con base en variables reales. Por otro lado, el problema de la especulación de precios rebasa la discusión sobre el salario mínimo y es la ley la que debe poner frenos y sanciones para tales prácticas, también perversas.

El problema de fondo es que le tememos a la abundancia. A la pérdida de control sobre nuestras vidas, una vez que éstas no se basen en restricciones presupuestarias. Gustamos de esclavizarnos en nuestros modos de producción, en nuestras relaciones sociales, en nuestras identidades de clase. Olvidamos cuán libres somos. Y cuán dueños somos del rumbo de los proceso económicos. Cuán creadores somos del sistema monetario. Cuántas opciones existen en nuestra libertad para dar un giro vital al entramado perverso de nuestros sistemas financieros. 

¿Qué pasaría si todos fuéramos ricos? Unos más que otros (pero solo en el margen de la ecuación). De acuerdo con nuestras preferencias y nuestro esfuerzo marginal. En proporción con la ganancia marginal de la inversión de nuestros propios recursos (humanos y económicos), en donde cada quien puede multiplicar, con base en disímiles criterios, su propia riqueza. Qué pasaría si todos pudiéramos administrar sustentablemente la rentabilidad de nuestro propio trabajo. ¿Por qué esto nos parece tan imposible? ¿Por qué confiamos tan poco en nuestra propia humanidad? ¿Por qué depositamos un valor moral en la administración de nuestros recursos de subsistencia? ¿Por qué tememos tanto crecer?



Y tú... ¿quieres ser rico?






Feliz octubre, amigas tortugas.