domingo, 16 de noviembre de 2014

domingo de sol...

A al luz de un lindo sol trato de deliberar sobre la libertad. Es un concepto que se nos escapa de las manos. Remite a una experiencia vital y, como tal, carente de una definición acabada. En tanto, el dato significativo de la libertad remite a nuestra posibilidad inacabada de ser. Y al mismo tiempo, es una condición determinante de nuestro ser, a la cual no podemos renunciar. La libertad, a lo largo de la historia de la filosofía, se debate entre el determinismo y el indeterminismo... en sus aplicaciones prácticas como un abanico de posibilidades frente al cual añoramos tener alguna forma de control. Y quizá son nuestras decisiones, lo único que la ponen en evidencia. Incluso cuando nos sentimos indecisos, vacilantes... nuestra libertad nos regala un momento de duda, en el cual, sin certezas, nos permitimos dubitar sobre nuestro rumbo para alcanzar la plenitud de nuestras decisiones libres. La suma de actos libres traman un destino al cual, llega un punto, en que tampoco parecemos renunciar con la misma libertad con que fue elegido... e incluso, entonces, podemos volver a girar la rueda de nuestra fortuna y trazar un nueva ruta para los días por venir. Quizá en este momento de pausa, en que miramos hacia el pasado y reflexionamos sobre nuestro presente, en aras de lograr ser de un modo feliz en el futuro, es cuando somos libres, gracias a la pauta de nuestro pensamiento y a las virtudes de nuestra autoconciencia.

Las decisiones de amor son, sin duda, las más libres... Y ante el desamor... la libre convicción de partir y empezar a soñar con un nuevo amor. Pues, solo cuando hacemos nuestra la decisión de alejarnos de un amor que nos arraiga tristezas y violencias, sin miramientos a las buenas razones de nuestro actuar, sin resentimiento a las malas acciones que han roto tal amor, sin dejar de reprocharnos a nosotros mismos no poder haber previsto tales daños ni haber hecho lo correcto para evitarlos, solo cuando la decisión es simplemente un acto libre, podemos decir se acabó y encarar un nuevo futuro. Y en ese desprendimiento de la ruptura amorosa, dejarnos volar hacia todo lo que habíamos olvidado de nosotros mismos.

Y por dura que sea una separación libremente elegida, confieso que la verdadera tristeza llega cuando, al fin, volvemos a vernos a través de otros ojos, imaginarnos en otros brazos, ilusionarnos con nuevas presencias. Entonces, sabemos, que ya no hay más amor en aquel sueño al cual entregaste la vida entera y que, en su lugar, habita un nuevo vacío. Abismo que no guarda un solo espacio para quien antes fuera el único aliento de nuestra alma. Parece algo imposible. Pero cuando alguien lastima aquello que más valoramos, lastima nuestro querernos a nosotros mismos, lastima nuestra alma, no encuentra nunca más cobijo dentro de nuestros corazones, aún a pesar nuestro. Incluso una madre puede renunciar a su amor de madre ante tales agravios. Sin necesidad de rencor ni perdón.

Porque, una vez que nos perdonamos a nosotros mismos, ya no tiene sentido hablar de otro perdón. Precisamente, hemos renunciado a nuestro interlocutor. Y ya no se trata de lo que sentimos por alguien más, se trata de lo que uno quiere. Y perdonar se vuelve una ficción, pues tal persona no es más quien algún día fue y nada de lo que nos signifique tiene algo que ver con quien en realidad es. Ya nos hemos independizado por completo, el daño ha sido enmendado... todo ha quedado atrás. Dando espacio para todo lo que vendrá por delante y para la nueva persona que sembrará verdadero amor en nuestro corazón. Una vez que éste está libre, incluso de sí mismo. Sin asignaturas pendientes. Sin nada más por aclarar, pues todo fue ya desvelado. Sin nostalgia. Solo la leve tristeza, tras una batalla cruel por reconstruir esa persona que somos sin referente amoroso alguno. Inquietud por descubrir quién llenará de nuevo tales vacíos. Esperanza de que la próxima vez nuestras libertades, al encontrarse, crezcan y se amen con respeto y con la certeza de que nunca más alguien podrá disminuirnos con tal impunidad.

Y con magia de tortuga... empezar a tejer la libre posibilidad de amar en un nuevo tiempo.


Y tú... ¿has elegido partir?



Feliz domingo...
queridas tortuga.






No hay comentarios: