viernes, 10 de junio de 2011

38 años

y contando...

Hola queridas tortugas:

Las saludo desde el hades o desde las profundidas de la tierra, según prefieran...

Hace unos días leí que el nombre tortuga fue tomado de los démones (o demonios griegos) que habitaban el inframundo y amanecían desde el origen mismo de la tierra. Lo cual me hizo pensar mucho en el misterio que abraza a estos seres, habitantes de nuestro cerebro primigenio, y cuál es la magia que atrapa su caparazón. Pero me intriga más, cómo llegaron a crecer en el mar...

El 29 de mayo cumplí 38 años, siento que no ha sido una transición sencilla, aunque en realidad no soy muy diferente que a los 37.

¿Qué he podido reflexionar ahora que se anuncian a mi puerta los 40 años?

Me he planteado nuevas metas y sueños, la ola de profundas frustraciones de los dos últimos años han cuestionado el rumbo de mis días. Creo que lo importante es no perder el objetivo de la vida, el cual, sin importar tus metas, radica en ser feliz. Así que llega un punto en la vida en el que uno solo debe interrogarse sobre si es feliz.

Ya que con el paso de los años, aprendemos a valorar las dichas que hemos sido capaces de poner a nuestra disposición y debemos deshacernos de lo que impide nuestra felicidad. Nada ni nadie merecen sofocarnos en falsos problemas ni vivir en batalla con las personas solo porque no estamos satisfechos con lo que tenemos. La única forma de sentirnos satisfechos es reconciliarnos con la persona que en realidad somos y alzar el vuelo libre de la mariposa azul hacia el cielo prometido.

No podemos cambiar a las personas, pero podemos cambiar nuestro rostro cuantas veces querramos. Hace algunos años, Guillermo Hurtado, Director del Instituto de Investigaciones Filosóficas, me dijo que quería desarrollar una teoría sobre la identidad, la cual se basa en que en realidad no somos la misma persona a lo largo de nuestras vidas, y nos convertimos constantemente en otras personas, categóricamente hablando. O quizá al estilo dialéctico de Heráclito "somos y no somos los mismos" ... "podemos y no podemos bañarnos dos veces en el mismo río". No sé si el Dr. Hurtado prosperó en su teoría, pero bueno, ahora recuerdo su reflexión, a propósito de mi tesis de doctorado, el problema de la conciencia y el nuevo año mío.

Probablemente, más en sintonía con Hegel, tengo que admitir que no podemos dejar de ser quien fuimos ya que somos en el proceso de todo lo que hemos sido; lo cual no quiere decir que no nos hacemos otros con el paso del tiempo. Lo cierto es que cada nueva afirmación de nuestro ser anula -inevitablemente- todo lo que fuimos. He ahí la magia de la libertad que nos hace posiblemente humanos.

Y sí, habrá fracturas de identidad que nos vuelvan irreconocibles ante nosotros mismos, voluntaria o involuntariamente. Así como, en la televisión y en las películas, abundan las historias de ficción (y no tanta ficción) de quienes cambian su identidad y nacen otros a una vida con la que quizá nunca soñaron pero abrazan como suya, incluso olvidando quiénes son en su antiguo ethos. Por lo que no es cosa sencilla conocernos a nosotros mismos, reconocernos cómo en realidad somos y elegir nuestro camino. Ya que lo primero que se pone en evidencia en el camino del conocimiento de sí es la ambivalente temporalidad entre el pasado y el futuro.

Dicha ambivalencia impone un gran temor y nos aferramos a formas duras e intransigentes del carácter: que se llaman disciplina, costumbre, moral, normas, gustos, preferencias, hábitos, prejuicios, etc; sin las cuales no podríamos saber que existimos.

De ahí que no deba sorprenderme crecer otra hacia el mañana, replantearme mis segundos y mis horas, para recibirme en mis cuarenta como el retrato tallado en un alma que eligió en quién convertirse. Sin temor a perderme en las ambivalencias del fluir de la vida, sin necesidad de fanatizarme en los credos de las disciplinas que, si bien a los niños le son indispensables para forjar su carácter, a los adultos los vuelve torpes para crecer y trascender su propia historia, predestinada a la luz de sus herencias genéticas y no genéticas.Y es que la más grande libertad que un ser humano puede tener: es hacer de su destino una obra de su voluntad creativa.

Creo que gran parte de la dicha radica en ser alguien que nos agrada a nosotros mismos. Hay quienes admiran el éxito monetario por lo que su felicidad radica en sus bienes y todo está en armonía mientras la ecuasión entre lo que tengo y deseo tener sea positiva, cuando esto cambia, es cuando empiezan los problemas, y así... trátese de lo que se trate. Pero, para agradarnos a nosotros mismos, debemos primero descubrir qué nos impide mirarnos tal cual somos, para entonces descubrir qué admiramos por experiencia propia y no por las enseñanzas que hemos recibido, de esta manera, estar más próximos de armonizar y reconciliar lo que deseamos con lo que tenemos.

Los falsos fetiches (y me disculpo por la redundancia) son la sombra que persigue nuestros días felices. Quien es libre de sus fetiches es dueño de sí mismo. Y el único dominio encomiable a nuestra naturaleza es el dominio de sí.


Y tú ... ¿conoces los alcances de tus dominios?

Hasta mañana bellas almas de tortuga y mar.